Es un joven pintor nacido en 1971 en la Capital Federal de la República Argentina.
“Roncoli tiene una extensa obra que ha ido madurando progresivamente con una iconografía ligada a la retórica publicitaria de la década de los 50, desplegada mediante una técnica mixta que conlleva digitalización de imágenes y pintura sobre tela. En la fase de producción de la obra, hay una primera etapa —que podríamos llamar “arqueológica”— que requiere de material de época: revistas y semanarios orientados hacia la mujer, particularmente de los años 50, 60 y 70; una segunda etapa consiste en la selección y recorte de imágenes orientadas fundamentalmente a la figura humana y a diversos objetos de consumo. Más tarde ese material seleccionado se digitaliza y las imágenes añejas se limpian. El siguiente paso es un “collage electrónico” que Claudio diseña en su ordenador y luego imprime en una tela a la que retoca con pintura aplicada con espátula.
Roncoli utiliza el recurso de la “re-fotografía” no con una cámara sino con un scanner. Se apropia de una estética particular inspirada en un modelo de felicidad pequeño burguesa, basada en el consumo y construida por los medios de comunicación en la posguerra del 50 por los Estados Unidos. Elegir fotos, en vez de hacerlas, no se trata de seguir agregando objetos —o imágenes— al mundo, sino de señalar las que ya están. No hace falta ser original, es suficiente con una operación conceptual; la selección, en vez de la creación.
El mundo rescatado por Roncoli conserva estructuras de poder que no están agrietadas por ninguna de las mal llamadas “minorías”; mujeres, gays, lesbianas, negros, asiáticos o hispanos cuestionan nada, simplemente porque son eliminados de la escena.
Cada obra creada por Roncoli muestra personajes espléndidos, jóvenes, hermosos y felices. Debe ser lo más semejante al mundo vivido por el príncipe Siddharta Gautama —posteriormente conocido como Buda— en el palacio, en una burbuja cortesana que ignoraba la enfermedad, la vejez, la pobreza y la muerte. Algo semejante sucedía con el pop art de los Estados Unidos, que se desplegaba en paralelo a los horrores de la Guerra de Vietnam. Nada parece macular la felicidad del paraíso creado por Roncoli. Ahora bien, la pregunta es: ¿Por qué no? ¿Qué hay de malo en creer que el mundo es un jardín de rosas florecidas, sin ninguna espina?
Ese bienestar de limbo se acentúa con un detalle iconográfico, las aureolas de las figuras. En la iconografía cristiana existe una codificación clara para las figuras de los santos: las cabezas resplandecen con un nimbo. Desde el Gótico -y particularmente durante el Renacimiento- esa aureola comenzó a dibujarse con tanta precisión formal que muchas veces se olvida su origen simbólico. Roncoli reemplaza el nimbo por el contorno de una galletita de merienda infantil; sus personajes no son santos, sino seres ingenuos, bambis en un bosque de fantasía. En el Paraíso creado por Roncoli no existe el Mal, quizá porque no hay conciencia del Bien. El artista parece rescatar aquel tiempo previo a la Ley, donde no había reglas, moral ni ética, cuando un niño mataba a un pájaro sin saber que eso está mal. En la obra de Roncoli hay niños por doquier, impera la iconografía infantil: ellos (peinados a la gomina con jopo) y ellas (trencitas rubias y mejillas rozagantes) hacen la tarea, festejan el cumpleaños, juegan en ronda, acompañan a sus padres y admiran al abuelo. En los fondos de los cuadros hay dibujos de cuentos infantiles, juguetes, peluches, superhéroes, estrellitas y arco iris. Este repertorio apuntala aquel sentimiento de ingenuidad edénica de muchos niños. Los personajes de Roncoli son intrínsecamente buenos, no en sí mismos, sino por la ausencia y desconocimiento de Ley. En un punto, la obra de Roncoli se pregunta sobre la existencia de un “Mundo Feliz”, una unidad perdida que no distingue entre dicha y desdicha, vicio o virtud.
En la pintura de Claudio Roncoli se conjugan dos importantes aspectos biográficos: su educación católica y los días de infancia en la juguetería de su padre. En sus últimas creaciones, el artista emplea elementos de la publicidad, la historieta, el diseño gráfico y el collage, echa mano de recursos contemporáneos, sean tecnológicas —como la digitalización de imágenes— o conceptuales —como la re-fotografía—. Cada obra puede leerse como el capítulo de una gran epopeya utópica.
Roncoli mira las décadas pasadas (del 50 al 70) con cierta conmiseración y perdón. Reivindica un mundo utópico donde no existen conflictos de raza o género, santifica con ironía juvenil aquella sociedad que supo vivir en un nirvana capitalista y se pregunta cuál es el pecado de hacerlo así. En el despliegue pictórico de Claudio Roncoli subyacen preguntas como estas: ¿Es posible la felicidad ininterrumpida? ¿Quién podría vivir en un limbo de bienestar desconociendo la palabra angustia?” Julio Sánchez.
Magníficas obras de Claudio Roncoli, y extraordinaria crítica de Julio Sánchez. La imagen y la palabra.
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