viernes, 15 de mayo de 2009

LAS TERMAS ROMANAS






Las termas romanas eran complejos sanitarios y lúdico-deportivos que representan una de las más sorprendentes y admirables realizaciones de la civilización romana. Esta clase de establecimientos fue inaugurada por Agripa, el amigo y colaborador del emperador Augusto, en el último cuarto del siglo I a. C. con la construcción del primer complejo termal en el Campo de Marte. A partir de ahí se multiplicaron por los confines del Imperio. De alguna manera esto supuso una democratización del placer de los baños que antes estaba reservado exclusivamente a los propietarios de grandes villas.


Rápidamente empezó una competición entre los emperadores para ofrecer a sus ciudadanos unas termas cada vez más grandes. Así, los 3.000 metros cuadrados de las termas de Nerón quedaron rápidamente superados por los 110.000 metros cuadrados de Trajano y éstos, a su vez, lo fueron por los 140.000 de Caracalla. El récord lo marcan los 150.000 metros cuadrados de las termas de Diocleciano, que albergaban a 3.000 bañistas al día.


Hacia las cinco de la tarde los romanos, sin importar la clase o el estatus abandonaban aquello que les estuviera ocupando y se dirigían a las termas. Hombres y mujeres por igual, muchas veces entremezclados utilizaban las distintas modalidades de ocio que ofrecían las termas. Unos se ejercitaban en la palestra, otros en los juegos de pelota, los menos activos se dedicaban a disfrutar del masaje o de una dolorosa depilación. También se podía disfrutar de la conversación con los amigos o del disfrute de la lectura en algunas salas especiales para tal actividad. Los más atrevidos elegían provocar algún encuentro erótico.

Aunque la asistencia a los baños estaba al alcance de todos hay que advertir que, una vez en el interior, sólo los privilegiados podían disfrutar de determinados servicios (masajes, ungüentos de perfumes y aceites, etc.), bien porque sólo ellos los podían costear o porque era necesario disponer de esclavos para su disfrute. A veces, incluso el emperador hacía acto de presencia, aclamado por la multitud a la que saludaba acompañado de todo su boato.


Algunos emperadores intentaron (sin mucho éxito) imponer horarios diferentes para hombres y mujeres ya que se les acusaba a estas últimas de ser una constante provocación erótica. Sólo con el triunfo del cristianismo (sobre el año 320) se consiguió la prohibición definitiva a las mujeres de disfrutar del baño en las termas.


El recorrido habitual empezaba en el apodyterium o vestuario, donde se dejaba la ropa al cuidado de un esclavo, se penetraba desnudo en las tibias tepidarium, en las que comenzaban a tomarse los baños. Se iba posteriormente al caldarium o sala más caliente donde se encontraba una gran bañera en la que cabían 10 ó 12 personas que más que bañarse se dedicaban a limpiarse frotándose el cuerpo con unos rascadores. Finalmente se pasaba al frigidarium o sala fría donde tenía lugar el auténtico baño, zambulléndose y nadando en la piscina de agua fría.


Las actividades posteriores, como ya hemos comentado, eran muy numerosas, tanto dentro como fuera de las termas a cuyo alrededor se encontraba todo tipo de personajes que vendían al mejor postor sus productos y habilidades: desde vendedores de perfumes, salchichas o pastelillos hasta quienes alquilaban toallas o sandalias, pasando por un tropel de adivinadores, astrólogos, filósofos o comediantes. Un mundo en miniatura donde Roma reflejaba la imagen ideal del esplendor y la opulencia. (J. L. de la Torre Díaz).


Marian

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