Venido desde las estribaciones de la Sierra Maestra, Osvaldo Castillo es un pintor rural injertado en un mundo urbano, pero no precisamente en la inmensa jungla de calles, coches y ruidos que es La Habana, sino en su periferia.
Donde una vez hubo un molino de piedras, junto a las enormes rocas abandonadas entre las que su padre descubría los espacios cultivables, supo desde temprano que sus manos no eran hábiles para el conuco de yucas y tomates, sino para pintar. Así que su arte se convirtió en el territorio propicio para explayar la secuela positiva de su nostalgia. Allí están presentes la fruta silvestre, el suave río, la vaca indiferente, el cielo despejado, la luminosa montaña, el gallo mañanero, la ebria guitarra y él mismo con la enorme complejidad de su vida espiritual.
Contemplar su obra, nos traslada a un mundo ideal de marcados colores y nítidos perfiles, donde el campesino, o mejor dicho, el guajiro cubano, encuentra todo lo que necesita para vivir. Pero no faltan, identificadas con puntuales trazos, la alegría y la tristeza, la picardía y la frustración. Sus cuadros son un paseo por la inocencia rural, donde se encuentran a cada paso la amabilidad, la familiaridad y la renovada perplejidad ante lo citadino.
Un placer adentrarse en su obra.
Marian
Donde una vez hubo un molino de piedras, junto a las enormes rocas abandonadas entre las que su padre descubría los espacios cultivables, supo desde temprano que sus manos no eran hábiles para el conuco de yucas y tomates, sino para pintar. Así que su arte se convirtió en el territorio propicio para explayar la secuela positiva de su nostalgia. Allí están presentes la fruta silvestre, el suave río, la vaca indiferente, el cielo despejado, la luminosa montaña, el gallo mañanero, la ebria guitarra y él mismo con la enorme complejidad de su vida espiritual.
Contemplar su obra, nos traslada a un mundo ideal de marcados colores y nítidos perfiles, donde el campesino, o mejor dicho, el guajiro cubano, encuentra todo lo que necesita para vivir. Pero no faltan, identificadas con puntuales trazos, la alegría y la tristeza, la picardía y la frustración. Sus cuadros son un paseo por la inocencia rural, donde se encuentran a cada paso la amabilidad, la familiaridad y la renovada perplejidad ante lo citadino.
Un placer adentrarse en su obra.
Marian
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