Pintar la poesía con el pincel de la pintura
En 1917, el joven Rafael Alberti llega a Madrid con el deseo de ser pintor. El 18 de marzo de 1918 solicita permiso de copista en el Museo del Prado. Recuerda bien que su primera copia fue un monje muerto, creído entonces de Zurbarán, relegado hoy a la esfera imprecisa de los anónimos remotamente zurbaranescos.
Sin duda en el áspero realismo de aquella figura funeral, debía encontrar el joven gaditano algo de lo más profundo y significativo de la pintura antigua que imaginaba entonces como «una petrificada naturaleza muerta». El Museo le iría pronto abriendo los ojos sorprendidos al descubrimiento del color, de la voluptuosidad de la forma, del centelleo de la paleta reflejando la misteriosa luminosidad de los maestros descubiertos, en los que encontraba una secreta resonancia con su gozosa, colorista y deslumbrante, identificación vital con el mar de Cádiz.
Una copia inacabada de "La Gallina ciega" de Goya marca la otra dirección, que será sin duda más duradera y resurgirá luego, años más tarde: blancos, azules, rosas, amplios celajes, danza y voluptuoso juego.
En las páginas deslumbrantes de su "A la pintura", ha evocado con emocionada voz, aquellos años juveniles en que «el color y la línea» constituían su obsesión, su impulso secreto.
Esta dualidad pintura-poesía va a estar presente en toda su vida, aunque desde 1920 se vuelque decididamente hacia la última, para llegar a ser uno de los más grandes poetas de nuestra lengua. Su constante fidelidad a la pintura aflora una y otra vez en su poesía, con imágenes fundamentalmente visuales.
En los años cincuenta, a la vez que escribe "A la pintura", Alberti retoma los pinceles y se lanza a redescubrir la pintura, con un entusiasmo renovado y juvenil. Y no cesó desde entonces de simultanear las dos artes con idéntico impulso gozoso. La libertad del color, la gracia incisiva de la línea, la sensación de juego continuo, el alarde pinturero del lápiz o el pincel que revuelve sobre sí mismo los trazos, con la gracia de un capote torero, o la delicadeza de un zarcillo de vid, muestran la vitalidad plástico-poética del poeta-pintor.
Ilustraciones, poemas caligráficos, juegos ingeniosos en que viejas diversiones de familia se repiensan con alarde irónico, deslumbradoras explosiones de pájaros yestrellas, metamorfoseados en letras o palabras; y nombres convertidos en magníficos signos de vuelo o en evocaciones del mar centelleante bajo el sol gaditano.
Alberti regresó, con sus obras gráficas, con sus pinturas casi infantiles -la vieja sabiduría del niño eterno- al punto mismo en que poeta y pintor parecían separarse. Y podemos asegurar que nunca hubo ese divorcio. Su pintura está cargada de todo el ímpetu poético de su labor escrita. Y en sus poemas ha vivido siempre, latiendo y brillando secreta o deslumbrante, su vocación visual y plástica: «Pintar la poesía con el pincel de la pintura».
(Alfonso Pérez Sánchez- Diario EL MUNDO)
Más información sobre el poeta:
http://www.rafaelalberti.es/ESP/Default.asphttp://cvc.cervantes.es/ACTCULT/alberti/sobre_poeta/sobre07.htmhttp://www.rafaelalberti.es/ESP/AlbertiPintor/Alberti_Pintor.asp
Parte de su obra pictórica:
Virtu
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