En 1900, a los 19 años, el malagueño Pablo Picasso descubre durante un viaje a París las esculturas de Rodin. Dos años más tarde, en Barcelona, le pide al escultor Emili Fontbona que le enseñe a modelar con arcilla. Los primeros intentos de ofrecer una obra esculpida por parte del artista datan de estos años que coinciden, en cuanto a su pintura, con el llamado Período Azul.
Poco después Picasso admira, en casa de Ambroise Vollard, las piezas que Gauguin va a enviar a las islas Marquesas, al tiempo que visita la exposición que el Louvre ha consagrado a las esculturas ibéricas arcaicas recientemente exhumadas.
Las piezas Cabeza de picador (1903) o Máscara de Alice Derain (1905), constituyen el preludio de una clara influencia de las artes primitivas negras e ibéricas que, en 1907, se consolidará a partir de su célebre cuadro Las señoritas de Aviñón. En estas condiciones la escultura picassiana se presenta como un estado preliminar con respecto a su pintura.
En pleno apogeo cubista, hacia 1912, el artista realiza numerosas piezas en las que descompone el objeto y «desculturiza» la obra tridimensional: Maqueta para guitarra (1912), Mandolina y clarinete (1913) y Violín (1915). Es el período de los instrumentos musicales, de la utilización del papier collé tanto en la pintura como en la escultura, del que sobresale la serie Vasos de ajenjo (1914).
Los presupuestos cubistas ejercen poderosa influencia en las piezas concebidas hasta 1926, pero el interés por la escultura parece decaer a partir de esta serie. En Guitarra (1924), obra cumbre de esta etapa, introduce el empleo de metales (hierro, láminas de acero, etc.), que caracterizará su trabajo posterior.
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