Pasear por Orense es un verdadero placer, y si, además, ese paseo se da con un buen conocedor de la zona, alguien sensible a la belleza de sus paisajes, de sus monumentos, y de su encanto, se convierte en una experiencia inolvidable.
Orense tiene colorido, el verde de sus campos, el azul del río, el variopinto del bullicio en calles de “vinos”, el marrón cargado de matices de sus muros, el de las maravillosas imágenes de la catedral. Y, de entre todos ellos, el color-calor de la hospitalidad, del acogimiento sin reservas, del sentimiento incomparable que es la amistad.
Orense tiene colorido, el verde de sus campos, el azul del río, el variopinto del bullicio en calles de “vinos”, el marrón cargado de matices de sus muros, el de las maravillosas imágenes de la catedral. Y, de entre todos ellos, el color-calor de la hospitalidad, del acogimiento sin reservas, del sentimiento incomparable que es la amistad.
El río, “alma mater”, serpentea entre bosques, atraviesa pueblos, se engrandece en los embalses. La variedad de puentes que lo atraviesan son verdaderas obras de arte, de diferentes épocas, estilos y materiales, empezando por el romano, conservado en perfectas condiciones, sólo de acceso a pie... caminar sobre siglos de historia, y, por qué no, tomarse una cerveza sobre su calzada, mientras se contempla el reflejo del sol en el río, brillando como diamantes recién tallados.
Marian
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